sábado, 30 de noviembre de 2013

Encarnación Y Juan Manuel

Encarnación y Juan Manuel conformaron una pareja en donde el amor, el poder y la política encontraron una extraña conjunción.
Rosas y Ezcurra se casaron gracias al 'supuesto' embarazo de ella. Encarnación fue a vivir a la casa de los Rosas, y allí debió sufrir los desplantes de su suegra, Agustina, quien no le perdonaba haberse quedado con su heredero. Fueron tantos los hostigamientos por este recelo, hasta que un día doña Agustina insinuó una mala administración de su hijo en la hacienda. Fue la gota que rebasó el vaso: “Dejo acá papeles y documentos. Encarnación, agarrá nuestro hijo, nos vamos. Renuncio”.

Despechado, Rosas devolvió a su madre el poncho que alguna vez le había regalado, tomó sus cosas y partió sin un peso ni hacienda para administrar. Decide cambiar su apellido, para cortar lazos con su familia: deja de ser Ortiz de Rozas para convertirse en Rosas.
Encarnación se convirtió en una eficaz asesora en los negocios, contadora autodidacta, referente único de los “plebeyos federales”: su adquiría peso propio. El doctor Maza le escribía a Rosas: “Tu esposa es la heroína del siglo: disposición, tesón, valor, energía desplegada en todos los casos y todas las ocasiones: su ejemplo era bastante para electrizar y decidirse”. Se la considera quien estuvo al mando de la revolución de los restauradores, inclusive organiza las fuerza de choque que se dedican a apedrear y balear las casas de los opositores, y logra que algunos huyan hacia Uruguay.
Representaba una imagen de mujer que estaba caracterizada por “disposición, tesón, valor, energía desplegada en todos los casos”.

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